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miércoles, 3 de febrero de 2016

THE BLUES, DE JUANCHO MARQUÉS Y EL HOMBREVIENTO

"Mitad hombre mitad carne muerta." 
Un Leviathan llama a la puerta de Juancho pidiéndole pasar. Pero, como él mismo nos viene transmitiendo desde Domenica, su tiempo está en una muñeca ajena. Él, que hace las veces de atlante y poeta -si acaso no son lo mismo- está concentrado andando sobre un fino alambre, viviendo en ojos ajenos. La diferencia entre un rapero y un poeta probablemente resida en el amor propio. Juancho es punto de partida y de encuentro para su ego; no teme a la muerte, ha vivido con ella. Si las palabras sinceras no son elegantes, el disco entero de The Blues es una mentira. Es un plato crudo y natural de alta cocina, confitado por la mano magistral de El Hombreviento.

Él es el otro protagonista de esta historia. El Hombreviento es un violín que siempre llega puntual al compás adecuado para que se nos erice la piel. Es un sintetizador que te recorre cada milímetro del sistema nervioso. Como todo productor, es arquitecto. Como todo músico, es matemático. Es un hombre del Renacimiento, un brujo que remueve su caldero del que parece sacarse discos enteros como si nada. No he dejado de vivir en los días del barro desde que llegaron a mis oídos.

Jere y Juancho tienen otros planetas que orbitan a su alrededor. Cheb Rubën nos concede un último baile, detrás de los aplausos y de los gritos; un baile con la muerte en el que cada paso es una grieta más en el mármol de su (nuestra) integridad. Ahora dime, ¿te mereció la pena, Rubën? A nosotros, los oyentes, nos es jodidamente fácil rendir ofrendas a los escombros de tu estatua.

Dj Kaplan nos rasca la espalda, justo donde pica, y nos mantiene alerta. El jovencísimo G. Fernández pone el sparring con el que Juancho entrena, reivindicando su fe a cada hostia, quitando el tejado sobre el que llovían las piedras con forma de reproches. Alberto Rock -ave!- muere en París, Juancho ama en el Vietnam que es la discoteca, con la mirada perdida en otros ojos. Son un espejo en el que me veo cualquier sábado, cansado, riendo en la oscuridad, pidiendo que te quedes aquí, conmigo a dormir... 
Y cuando me doy cuenta es tarde, y me caigo en mi propia cárcel. Tengo que encerrarme, entre restos de semen y trozos de pizza; no puedo salir hoy, no puedo dejar estos pensamientos cerca de cualquiera. Por eso creo en la caída, una caída en mitad de un inmenso y cálido abrazo que me da Phoenix Jauman con su saxo ronroneante, casi tierno.
Después de que el macarreo de Sule Benz exprima la belladona, la voz, la maravillosa voz de Gata Cattana me lleva al siglo XIX, a los jardines de Arabia y al olor a tierra mojada... ¿Cómo puede ser el inevitable retorno a la tierra tan sumamente dulce, Gata? ¿Cómo lo haces?


The Blues fluye con una ida y venida constante de sus componentes, de forma que estos se alinean por momentos en una proporción áurea, perfecta, haciendo que el mundo arda de pura pasión y sentimiento mientras Juancho lo contempla sentado bajo un árbol, tocando la lira,
con sus sobras a sus pies, mientras Dj Taktel nos susurra que no, que no hay nadie como él.
Kaplan, del que ya hemos hablado, es el último vértice del triángulo responsable de The Blues. Su logística se aleja de las alturas y da luz a un templo hecho con basura, en cuyos frisos encontramos un estribillo delicado, íntimo y arriesgado. Ahora necesito saber por qué estoy luchando. ¿Alguna vez te has levantado? ¿Alguna vez has...?
Es con una pregunta a medio formular que llegamos a la nota de silencio que corta el aire. Tosko la toca para nosotros, Juancho la cultiva en sus campos y nos lleva de la mano hasta el final... Que resulta no ser tal. 

El final de The Blues se revela como una esfera que gira cambiando la pendiente, una canica en movimiento que impacta en otras; un efecto mariposa desde el final al principio y viceversa, desde la zona de confort al vacío, desde los mitos y sombras que supone el no saber quien eres, a la mente colapsada de una chica que, sentada desnuda en el borde de la cama, no sabe qué hacer.
Se lleva una mano a la cara, y no sabe si el dolor de cabeza es por culpa de la resaca o por la incertidumbre que siente al mirarse al espejo. Se diría tantas cosas, si tuviera el valor... 
Medios metros que se transforman en diez fronteras de quien quiere, incluso de sí misma, para encontrarse sola en una cama, llena de grietas y parches, pensando en quién se marchó, en quién está arriba brillando, en esa puta incertidumbre perenne que recorre cada poro de su piel. Ella es delicada y a la vez innavegable, demasiado profunda para cualquier leviathan. Está llena de contradicciones, de miedos, de matices, pero siempre en bellísima proporción. La poesía de sus ruinas es el auge del imperio de su tristeza y sus dudas; tiene siempre más claro sus resoluciones futuras que los tropiezos pasados. 
Es un violín, un sinte, un saxo, un verso, un scratch. Es oyente, músico y música. Ella es una obra maestra. 

Ella es The Blues.

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